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IQ: ¿realmente mide inteligencia o solo desempeño en un test?

Ilustración de una balanza con un cerebro y símbolos lógicos en equilibrio, representando la pregunta clave: ¿Quién mide el IQ?

Aunque se hable del IQ como medida de la inteligencia, pocos saben quién lo mide, cómo se aplica y por qué parece un test para unos pocos.

El coeficiente intelectual, o IQ, ha sido durante más de un siglo una de las medidas más citadas para evaluar la inteligencia humana. Sin embargo, la pregunta central sigue siendo la misma: ¿quién mide el IQ?. Y, más importante aún, ¿qué significa realmente obtener un puntaje alto?

Aunque se hable del IQ como una vara universal, la realidad es que su aplicación está lejos de ser masiva. No existe un ente internacional unificado que regule estas pruebas, y casi siempre su aplicación queda en manos de psicólogos certificados o instituciones privadas. En consecuencia, quien accede a medir su IQ suele hacerlo de manera voluntaria y desde un contexto privilegiado.

Una historia con raíces selectivas

El origen del IQ remonta a comienzos del siglo XX, cuando Alfred Binet fue comisionado por el gobierno francés para identificar a niños con dificultades escolares. Más tarde, Lewis Terman en Estados Unidos adaptó y popularizó el test como la prueba Stanford-Binet. Aunque ambos buscaban fines educativos, pronto el coeficiente intelectual se convirtió en un símbolo de capacidad, y no tardó en asociarse con la idea de superioridad.

En palabras del psicólogo Stephen Jay Gould, el IQ fue tratado como “un número mágico”, pese a que no puede captar la complejidad de la inteligencia humana. De hecho, pruebas como las Matrices Progresivas de Raven o los intentos de medir inteligencia “libre de cultura” evidencian que siempre hay un componente de contexto.

¿Qué mide y qué deja por fuera?

Las pruebas estandarizadas como el WAIS o el WISC miden áreas específicas: razonamiento lógico, comprensión verbal, memoria de trabajo y velocidad de procesamiento. En ese marco, un puntaje alto indica mejor desempeño en estas tareas frente a la población general.

Sin embargo, la inteligencia es mucho más amplia. Aspectos como la creatividad, la empatía, la sabiduría práctica o la resiliencia no se reflejan en el IQ. Alguien con un puntaje promedio puede ser un líder extraordinario, mientras que una persona con IQ superior a 140 puede carecer de habilidades sociales básicas.

¿Quién mide el IQ y para qué?

En la práctica, solo un psicólogo certificado puede aplicar y validar una prueba de IQ con valor clínico o académico. Organizaciones como Mensa aceptan a personas con puntajes dentro del 2% más alto, pero siempre basándose en pruebas controladas. Los test en línea, tan populares en internet, carecen de validez científica.

Lo cierto es que el IQ rara vez forma parte de políticas públicas. Mientras algunos sistemas educativos lo usan para detectar altas capacidades o necesidades especiales, la mayoría de la población mundial nunca ha sido medida formalmente. De ahí surge la sensación de que el IQ es una medición reservada para una élite que busca ser medida.

Un debate aún abierto

El IQ sigue siendo una herramienta útil para ciertos fines académicos y clínicos. Pero reducir la inteligencia a un número es ignorar todo lo que queda por fuera. Tal vez la pregunta no debería ser solo ¿quién mide el IQ?, sino también para quién y con qué propósito.

Como advirtió el ensayista Carl Bereiter, “el problema no es la existencia de pruebas, sino la forma en que se usan para marcar diferencias”. Así, el coeficiente intelectual se mantiene como un número cargado de simbolismo, pero también de limitaciones.

Referencias

El psicólogo James Flynn demostró que el IQ promedio sube con mejoras sociales y educativas.

Wired

Robinson G.

Escritor entusiasta. Me gusta explorar temas curiosos y dudas existenciales. Todo empezó con aquellos “Datos curiosos de Google”.